lunes, 16 de junio de 2014

A.SCHOPENHAUER Y LA MANO INVISIBLE (1ª parte)

Como economista, A.Smith debería ser para mí algo así como Jesús en la nueva religión del dinero. F.Hayek o M.Friedman sería apóstoles. El papa Francisco lo ha dicho exactamente como es: el hombre debería estar en el centro de la economía, pero en cambio su lugar lo ha ocupado el dinero. Gran culpa de esto lo tiene la afirmación de que el egoísmo es bueno para todos. Y el papa lo ha dicho porque es consciente de que el trono de la fe religiosa está siendo sustituido por la fe en los dogmas económicos. La desregulación es uno de los efectos de esta fe. La fe de que los mercados sin la intervención del Estado llegan a una solución mejor para todos. Esta gran idea, esta percepción casi divina del comportamiento humano agregado guiado por el hado determinista de la justicia económica es el modelo actual. Aún recuerdo cuando empecé a entender la crisis que nos azota hoy en día como en mi mente se dibujaban los mercados como ráfagas impulsivas sin conocimiento que arrasan sin compasión; con el único tope posible situado en la autodestrucción. Sí, los mercados son autodestructivos. Son tan autodestructivos como la naturaleza humana. Aunque nunca llegan hasta el final, de momento. Y aún recuerdo las frases que se pronunciaron en aquellos momentos, tales como que había que replantearse el sistema capitalista. Y mi boca esboza una sonrisa cuando veo como el volumen de dinero que representan los derivados en los mercados financieros internacionales ha vuelto a niveles pre-crisis. El gran debate en la economía internacional contemporánea es si hay que inyectar dinero por parte de los bancos centrales o no. Y mi boca enseña todos sus dientes cuando observa como el arquetipo del modelo de estimulación monetaria como es el de EEUU ha reducido los niveles de paro y ha aumentado el crecimiento económico medido por el PIB (como si eso fuera una medición real del desarrollo de un país), pero un 80%-90% de este ha ido a los más ricos. Y esa es la alternativa de Europa. El debate en realidad es si preferimos comer mierda excretada por nosotros mismos o por otros. Pero, al fin, comer mierda es nuestro sino. Pues mi espíritu no ha sido capaz de aceptar toda la basura (propaganda) que me enseñaron en la universidad y que se repite a diario por medios de incomunicación e instituciones económicas de toda índole. Hasta hace pocos años era un ciudadano ejemplar, pero la realidad es tan obvia que ya no es posible más autoengaño. Por qué jamás será posible la existencia de un mercado eficiente y autoregulado? La política, la economía, las matemáticas y la econometría se esfuerzan por demostrar los postulados de A.Smith. Parafraseando a Schopenhauer: “Se habla con frecuencia y en tono elevado de ciencias que se basan en razonamientos correctos a partir de premisas seguras y que, por lo tanto, son irrefutablemente verdaderas. Pero de puras cadenas de razonamientos lógicos, por verdaderas que sean las premisas, nunca se obtendrá más que una aclaración y desarrollo de lo que estaba ya en estas: así que simplemente se expondrá implicite lo que se entendía ya implicite en ellas” Eso es exactamente lo que me he encontrado en las teorías de crecimiento económico. Es decir, unos modelos basados en unas premisas (modelo walrasiano, competencia perfecta, condiciones de Inada, racionalidad intertemporal, etc…) que son nada más que intentos de cientificar las conclusiones por ellos extraídos y que ya se encontraban en sus premisas de antemano. Los supuestos iniciales lo son todo en los modelos econométricos. Podría pensarse que la solución es cambiar las premisas por otras más reales o completas. Ja, ja, ja!! Por favor, inténtenlo! Es como intentar coger toda el agua de los mares con una cucharilla de café. Schopenhauer partió de la teoría del conocimiento de Kant, pero la amplió con el concepto de la “voluntad”. Sobre esto desarrollo lo siguiente. Básicamente, es imposible conocer la cosa en sí ya que solo podemos conocer las representaciones de estas. Lo único que nos une es que somos objetivación de la “voluntad” o, como se la quiera llamar, que no es más que el impulso ciego de querer hasta que conseguimos y volvemos a querer, con el sufrimiento que supone hasta que conseguimos las satisfacción, tan efímera como infructuosa, y que deriva inmediatamente en el aburrimiento y en el nuevo querer. Todo es voluntad, apetito insaciable, guiado por la conservación y la reproducción de nosotros y nuestras conductas. Los fenómenos de la voluntad luchan entre ellos por ocupar espacio y tiempo, que son los medios en los que se materializa ésta. Lucha despiadada que vemos en la naturaleza cuando nos dignamos observarla. El ser humano y todas las cosas solo existen en un contexto espacio-temporal y eso es lo que hay. Siempre hay un principio y un final. Está fuera del alcance de nuestras posibilidades el entender la voluntad eterna y, por ende, y bajo mi opinión, el comportamiento humano. Somos deseos materialistas insatisfechos o frustrados en un continuo e irracional círculo perpetuo de creación y destrucción, de atracción y repulsión. Como es lógico, llegando a esa conclusión metafísica del consumidor (no lo olvidemos: el ser humano) no confío mucho en los hombres serios y respetados que aseguran tener las claves para mejorar la situación económica simplemente con reformas que liberalicen y desregulen el comportamiento de los agentes económicos, (nuevamente: el ser humano) en base a un dogma de racionalidad que no puede ser refutado por el mismo motivo por el que no puede ser demostrado. Simplemente, porque nos mueve una irracionalidad ciega e incomprensible para nosotros, ya que no somos más que un fenómeno de una volición eterna e indescifrable, y mucho menos por un modelo econométrico (sí, incluso multiecuacional). Solo hay un problema de lucha por la materia o, según mi forma de verlo, por la distribución de la riqueza. Y esta no tiene fin. Y si esto es así, no hay lugar para la mano invisible de A.Smith.

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