sábado, 18 de enero de 2014

RESPETAR LO QUE SEA MENOS A NOSOTROS MISMOS

Realizar una equiparación entre Dios y los políticos, como hice en el artículo anterior, es algo que bien podría valer un comentario ajeno del tipo: ¡Qué gilipollez! Lo uno lo representa todo, la omnisciencia, la omnipresencia, la perfección, la suprema bondad, lo eterno; y lo otro, especialmente en estos días, el afán de notoriedad, la codicia, la voluntad de poder personal, lo voluble, la imperfección. Pero reconociendo su antagonismo, se pueden encontrar similitudes. ¿No siente el hombre la necesidad de ser dominado por algo mejor que él mismo? Queremos respetar a algo, es una puta necesidad, pero no nos respetamos a nosotros mismos. La auto-infravaloración natural nos lleva a creer en lo más profundo de nosotros que lo que nos dirige debe ser necesariamente superior. ¿Es siempre así? NOO!! El hombre nunca se baña en el mismo río, si es que Heráclito me permite utilizar su metáfora, y si no me lo permite, dos piedras. Dios ha estado tan presente en la vida intelectual y científica que cuando lees a filósofos como Santo Tomás de Aquino y como lo relaciona todo con Dios, no puedes sino carcajearte. De hecho hasta que el humanismo hizo irrupción en la historia del pensamiento y transfirió la fe de Dios al hombre, todo pasaba por lo divino. ¡Ja! ¡pa’ flipar! Un materialista histórico quizá diría que la aparición de la imprenta llevó a cabo la expansión de tales ideas novedosas, y la verdad es que tendría razón. Yo creería que Internet es capaz de crear el mismo efecto sino pensara que la gente lo usa especialmente para chorradas. Pero volviendo al tema, pese a que en algún momento la gente se revelará contra el poder, cosa que también es inherente al hombre, es cierto también que volverá a establecerse otro poder que nos volverá a sojuzgar y así a perpetuidad. La dialéctica idealista o materialista, ya escribiré sobre eso otro día si es que me da la gana, explicaría como a través de las contradicciones se produce el cambio. Hegel no es tan original porque mi colega Heráclito lo dijo antes, pero es que la verdad es que la filosofía helenista abarca tantas cosas que todo lo que ha venido después ha dado más vueltas que un garbanzo en la boca de un viejo. Je, je, buena metáfora, ¡la filosofía es como un garbanzo en la boca de un abuelete!! En fin, la compensación del auto-convencimiento de la imperfección de nosotros mismos explica la necesaria perfección de lo exterior. Dios y los políticos son lo exterior a nosotros y representan unos ideales superiores a los individuales. Pero, ¿alguien ha establecido la analogía de cómo Dios ha influido a la ciencia y la política a la economía? Me juego un huevo a que sí. En un primer momento el Humanismo y después la Ilustración consiguieron sacar la piedra del zapato que era Dios para la ciencia. Nada se destruye por completo y aún hoy día siguen mezclándose aunque con muchísima menor preeminencia de lo divino. Yo imagino a la ciencia, una vez liberada de la religión, en base a una concepción constructivista, donde los nuevos descubrimientos, en general, construyen un piso más en la base de los descubrimientos anteriores, perfeccionándolos. En cambio la Economía, tan influenciada por las diferentes ideologías políticas, está dando vueltas continuamente sobre los mismos conceptos sin un avance significativo en una u otra dirección. Se podría decir que los científicos son paletas, y los economistas son paletos. En palabras del profesor Stephen Marglin, más o menos, él no se queja de que sus “compis” estudiosos de la Economía le acusen de estar influido por su ideología política, sino de que le acusen de estar influido por su ideología política mientras ellos pretenden no estarlo. Ahora debería decir que mientras la ciencia económica no reduzca la lacra de la influencia política no podrá empezar a evolucionar linealmente como la ciencia, porque actualmente la Economía es también ese garbanzo revoltoso, rechupeteado y sin dirección; pero la verdad es que no creo en el positivismo económico imperante de querer tratar a la Economía como a una ciencia. Cuando el hombre es el sujeto de una oración, cualquier cosa es posible, no existe la causalidad que sí es posible en la ciencia. Lo siento.

martes, 14 de enero de 2014

EL SER HUMANO: IRRACIONAL Y MÁS TONTO QUE UN BOCADO EN EL PREPUCIO

El hombre. La evolución natural más perfecta conocida. La creación terrenal de lo divino si es que existiera algo divino. Los sentimientos, la racionalidad, el lenguaje. Varias son las cosas que nos distinguen del resto de habitantes de este bonito planeta. Somos el máximo exponente de la inteligencia. Y, sin embargo, a la hora de la verdad más tontos que un bocado en el cimbrel. Es tan increíble la estupidez humana que está paralizada ante las eventualidades vitales de Belén Esteban, del fútbol, etc… . Y cuando Dios creó al hombre, descansó. Y ahí sigue descansando. Tardó seis días en crearnos. La realidad es que nosotros tardemos menos aún en crearlo a él. Somos tan estúpidos y dóciles que deseamos crear algo para dejar que nos domine. Dios es tan, tan, tan… ¡humano! A la vez, nos gusta dominar porque a su vez somos tremendamente imbéciles. Nos gusta la idea de dominar pero dejamos que los hechos nos acobarden. Porque además de tontos somos cobardes. Somos desconfiados y egoístas, y el egoísmo es más contagioso aún que la discriminación. Discriminamos lo diferente, lo sobresaliente, lo excelso, lo bueno, somos humanos. Machacamos lo raro, desbocamos nuestra agresividad contra lo que asoma. La discriminación es aún más contagiosa que nuestra cobardía. Nos gusta enfadarnos, despotricar, es nuestra válvula de escape pero mientras tenemos algo que nos domina y que nos enfrenta, tenemos algo. Somos de bandos. Pero esto no acaba ahí. Estamos tan absolutamente apollardados en nosotros, en lo nuestro y en su defensa, que cuando de vez en cuando comprendemos lo otro, lo suyo, somos tremendamente generosos. El hombre es bueno por naturaleza, como diría Rousseau. Pero nos gusta machacar a la bondad de los demás. No somos más sociables porque hablemos más de nosotros y de nuestras trivialidades insustanciales. Somos sociables cuando rompemos el yo, nos asociamos y defendemos el nosotros. Somos exageradamente generosos con los hijos. No distinguimos el yo de nosotros. Al revés no siempre. Por lo tanto, existe en el hombre la contradicción y la circunstancia. Cuando el pueblo estalla y despotrica contra los políticos con la cantinela del “no nos representan”, es la mayor de las estupideces que hay. ¿Cómo que no nos representan? ¿Acaso de nuestra imbecilidad podría surgir algo sobresaliente, algo excelso y bueno? ¿Alguien ha visto una flor en un vertedero? Y debe haberla, pero la basura la engulle, la asfixia en el mismo momento que reclama atención y distinción. Aspiramos a garrapiñar lo máximo que podemos y mirar por lo nuestro, y nos extraña que los representantes del pueblo hagan lo mismo. Somos aún más bobos que tontos. Y más espabilados que bobos. Somos, en fin, envidiosos del que más acapara. Pero cuando dejamos en manos de otros nuestro dominio, tenemos la esperanza de que su divino poder no sea utilizado en nuestra contra. Si es en contra de otros, bueno, algo habrá… Dios, los políticos,… Somos ingenuamente irracionales a conveniencia. Robert Lucas desarrolló en teoría económica la idea de las expectativas racionales. Asumir expectativas racionales es asumir que las expectativas de los agentes económicos pueden ser individualmente erróneas, pero correctas en promedio. Nunca acabé de entender bien ese concepto cuando me lo explicaron en la carrera. Es como Dios. Es como la mano invisible de Adam Smith. Es supremo, lo justo y racional no puede ser alterado por la sucia mano del individuo. Es tan, tan, tan… ¡humano!